Otoño

Septiembre 21 de 2014.

A mi entrañable y amada Bogotá


De todos los parques, mi preferido era el de la esquina de la Alianza Francesa arriba de la séptima. Un parque bastante austero al que no le daba la pinta para simular un otoño de verdad, pero a mí me hacía feliz. Cada viernes, me esperaba el mismo rimero de hojas amostazadas debajo de una rueda giratoria en la que sin variar había un niño vestido con un abrigo acolchonado. Desde la rueda, yo le encontraba una belleza profunda a los afiches de cine francés en las ventanas de la Alianza. Era una de esas poquísimas esquinas en Bogotá que con sus hojas secas y ambiente extranjero intentaba oler a Europa.

La Bogotá de los noventas era mono climática. Al amanecer frío, luego nubes y lluvia a media mañana, sol picante al medio día y frío otra vez por la tarde, de febrero a diciembre. Pero un frío tibio que no le alcanzaba al árbol para mudar de color sus hojas verdes.

Mi remedo de otoño era ir a ese parque y atinarle a las hojas crujientes para pisarlas con los zapatos. Digamos que en otros lugares casi nunca tenía éxito porque las hojas estaban baboseadas por agua de charco.

Pocas veces logré un trance tan consciente en mi vida. Del verde urapán con el que crecí saltaba a ese naranja otoño en un solo crujir de tiempo. Muchos años después reconocí la epifanía, pues se trataba del salto al sano desprendimiento.

Las hojas secas tienen una influencia especial en la psique humana. El mismo efecto que tienen las estaciones y que en Colombia no comprendemos sino hasta que nos vamos. Una vez en un otoño, la vida me obligó a hacerme mi primera purga psíquica. Tuve que mirar mi rimero de historias y comprendí el secreto. En otoño la savia se direcciona, ya no hacia las ramas sino a la raíz. La función es encuerpar las raíces para que las partes sobrantes del árbol, incluso las más agarradas y las más verdes se puedan despedir por sí solas y no absorban energía de la planta para su próximo ciclo.

La savia es el alma del árbol. La savia es energía de dirección. La savia eres tú misma, me dijo la hoja cayéndose.

Los que nos vamos tenemos que soltar el doble. Al mundo y a nosotros mismos. Desde que me acuerdo busqué el otoño a ver si en algo me ayudaba a acelerar el proceso.

Diana.

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