Cercana a mis 40 quiero ser mi propio árbol.
Con mis alegrías, mis rabias, mis ganas de no sentir más culpas. Con mi deseo salvaje de ser mujer. De extender mis ramas para que reciban y no carguen. De expresar mis colores sin tantos filtros y modales. Porque he cambiado. Y quiero que otras cambien también. Como en una revolución de sentires. Porque mujeres. ¿Quién carajo nos dijo que reprimir es una cualidad?
Cercana a mis 40 entiendo que mis raíces me pertenecen pero que yo no les pertenezco a ellas. Confiando, me desato de lo que no es mío; porque atados, no somos.
Cercana a mis 40 me dejo sostener y en agradecimiento me desprendo.
Descubrí que en esa danza mi creatividad se despliega. Allí cuando soy yo misma, me apodero de mis raíces, de mi país, de mi orígen y de mi historia, sin que ninguno de ellos se apodere de mí. Porque entre más me reconozco en un pasado ancestral, más me acerco a la esencia de mis resistencias y a eso de lo que tanto me cuesta salirme.
Cercana a mis 40 me lanzo a compartir en voz alta mis palabras vetadas. Hablo sin rodeos sobre las repeticiones que quiero transformar, los miedos que quiero iluminar. Los lugares que ya no son míos. El dolor al que renuncio. Los amores que me llenan. La abundancia que es mi derecho.
Cercana a mis 40 voy tejiendo mis orígenes para vivirlos sin pretensiones, sin juicios, obligaciones, lealtades o apegos. Pongo las manos sobre mis raíces para evocar otros deseos más íntimos que todavía no sé.
Honro, integro y desecho en profundo amor lo que no me pertenece de otros. Me escucho a través de ellos pero a partir de hoy soy mi propio nutriente.
Cercana a mis 40 escucho en libertad la mujer que soñaba cuando era niña. El árbol que quiero ser, las raíces que quiero echar. Me tomo a mí misma sobre los hombros para hacer exclusivamente lo que me alegra vivir.
Diana Carolina González-Sánchez
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