Mayo 2022.
En mi impulso por abrir caminos dejé muchos de mis duelos inconclusos. Un duelo se le hace al cuerpo, a un proyecto, lugar, persona, objeto o identidad. He pasado por todas esas pérdidas. Algunas las anestesié, otras la vida me obligó a tomarlas despiertas. En el duelo lo que duele es el temor de echarle tierra a esas historias. He temido que una parte de mi corazón latiendo se ahogue en la negrura de la Tierra si me despido. He temido despertar mis duelos porque siento culpa de haberlos olvidado. He temido pasar por una crisis de identidad, ¿quién seré si me desprendo de mis duelos?
Esa fue mi tarea en el último año. Muy intensa pero profundamente reconciliadora. Y me sirvió imaginar mis duelos como compostaje. Todo sirve a la vida si se ofrenda con amor. Lo bonito, lo que da miedo, lo podrido, los aprendido. Al compostar, tus duelos no mueren en la negrura. Tu corazón sigue latiendo. Nada se pierde, todo transmuta. Lo que despides tiene el tamaño del amor y ese amor necesita tomar nuevas formas. Hay que permitirse una nueva identidad para honrar nuestros duelos. Para que sientan que fueron útiles en nuestra vida y nosotros en ellos. Entonces, como en el compostaje, en nosotros, crecerá alimento, nuevas relaciones, lugares, proyectos, objetos. Compostando mis duelos me he sentido más robusta y lista para seguir abriendo caminos.
Duelar es ampliar la mirada sobre el dolor. Hay dolores que siempre estarán en nosotros. Es inevitable. Lo evitable es estancarse, lo evitable es mentirse, lo evitable es cerrarse por mucho tiempo. A quien sale de sus parálisis la realidad siempre le compensa sus pérdidas.
Agarro un puñado de tierra. Cierro mis ojos. Miro mi duelo. Le digo gracias y adiós. Le pido a la Madre Gaia que tome todo dolor ajeno a mi más alto propósito que lo transmute en amor. Entrego los lazos invisibles que retengo en silencio. Pese al miedo por no saber qué pasará, elijo seguir creciendo.