Volver a respirar: dejar una adicción

Junio 9 de 2020.

«Dejé de fumar. La boca me sabe a feo y sigo botando una saliva café en la almohada. Ahora vivo en un nuevo pueblo, no en la ciudad, y con todas las tiendas cerradas por la pandemia comprendí que era momento de parar. Esto lo hice solita. ¡Me siento orgullosa! Imagínese, fumando desde los 19 años. A veces, sentada a las afueras de la finca en donde cuido a mamá de demencia, me pueden dar ganas de ir a llenarme no sé de qué, pero la naturaleza me gana. Me gusta que me gane. Que limpie mis pulmones de las lágrimas que no regué frente a los olvidos de los hombres y mujeres de mi vida«

Ella se está desintoxicando de desamor y de nicotina, por eso yo la quiero llamar Victoria. La conozco hace años y ese no es su nombre de pila, pero me gusta ese nombre porque su renuncia al cigarrillo es un triunfo suyo tan merecido y también es un triunfo colectivo.

Gracias al virus, muchos estamos dejando nuestras propias nicotinas.

«El cigarrillo era mi amigo, mi abrigo, mi refugio en la soledad. Cuarenta años fumando para esconder emociones y maltratos de los que no supe cómo irme. El amor no se busca afuera, con este proceso entiendo que el amor es mío y está dentro de mi corazón, que no importa lo que piense la gente que lo rodea a uno«.

Fumar puede leerse como un intento de satisfacer el afán de libertad y la necesidad de contacto. Ella se está reconciliando con sus dolores, encerrada por orden de un virus que amenaza con quitarnos el aire.

La adicción está hecha para evaporarse de modo que nos deje insatisfechos y nos motive a ir a buscarla de nuevo. Una adicción se nos mete al baño. A la mesa de noche. A la guantera del carro. A ella se le metió a la cocina. Tenía el ritual de prender la campana extractora y una varita de incienso para camuflar el olor y el humo. Pero el encierro tiró su máscara. Ningún ambientador tapa el mal olor de nuestros secretos.

Las casas desde sus lugares invisibles nos están moviendo a sacar lo podrido. A ella el encierro la obligó a mirarse desde la cocina. El lugar del alimento, de la raíz, de la brasa, y el de los micromachismos que sutilmente reproducimos las mujeres. También el lugar desde el cual amó tan intensamente a los suyos.

—¿Qué te motiva? le pregunto.

«Mis dientes tienen otro color. Se des-oscurecieron. La piel se purificó, mi aliento es de vida. Yo me motivo más a dejar el cigarillo porque mi piel huele diferente, a limpio, a jabón, me motivo porque mi boca debe mejorar; mis dientes están flojos y solo me doy cuenta ahora sin poder ir al odontólogo porque no hay servicio. A veces siento deseos de fumar de nuevo y me digo «pero si son solo 4 meses». Vuelvo a mi. No vale la pena. Tengo una caja sobre una consola con un cigarrillo y un encendedor. La miro y no vale la pena. Tengo un horario de meditación que fue un gran regalo. Me sirve para ser fuerte«.

Para los que piensan que en una adicción no hay lucidez, la hay. Lo tortuoso es estar tan lúcido pero desde el sufrimiento y no poderse salir de lo visceral. ¿Cuál es el llamado del alma? Tener una nueva disposición. Iluminarse ya no desde el castigo sino desde la bondad con uno mismo. Ser su propia inhalación purificada.

«Sí. Tristemente, durante más de cuarenta años mi historia estuvo envuelta por el humo con mal olor y con mis hijitos envueltos en ese olor. Buscando la atención y el amor que estaba dentro mío. Y no sabia«.

El amor. Ella lo ha dicho.

Estos tiempos son para buscar y rebuscar dentro de uno. Amarse es tan nuevo como saber respirar. Si nuestro acto de respirar o cuidar el cuerpo es tan ajeno no es raro que también sea el de amarnos. Hay que amarse tanto y mucho más hasta unirse al lugar interior en donde habita la lucidez sin sufrimiento.

«Quiero compartir mi historia, llegó el momento de encaminarme hacia mí. De soltar el control. De mimarme, de consentirme, de cuidarme«.

¡Yo escucho a Victoria* y su fuerza también es mi fuerza! La admiro.

Gracias por compartirme esta gran conquista. Es el tiempo. A todos a nuestro modo nos está tocando dejar nuestras adicciones. Aunque nadie sabe qué pasará después de la pandemia, algo seguro es que nadie nos quitará la alegría de las libertades personales que cada uno conquistó.

Tendremos que morir a nuestras viejas identidades para generar más vida como lo hizo ella; o quizás solo renunciar y no ponernos más identidades y solo ser, como lo hemos conversado.

Y recordar que el amor no se busca. Que el amor no tiene empaques. Que de amor estamos hechos. Que eso somos y eso nos cura.

Gracias Gracias Gracias S.P.

DCGS

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