Miradas extranjeras

Abril 18 de 2020.

No me pude escapar a los efectos del tapabocas. Yo, pedía un turno al dentista, mientras ella al otro lado de la ventanilla me explicaba los pormenores del seguro para hacerme un conducto de raíz. El tapabocas dejó al desnudo sus ojos y los mios. Los de ella unos azules imponentes sostenidos por unos párpados lisos que envidié. Los míos a medio maquillar y exhorbitados por la cantidad de aprobaciones antes de iniciar el tratamiento. El lenguaje técnico en los papeles me asustó y no niego que quise jugar la carta de la extranjera para no hacerme cargo de cruzar esa barrera.

Pero ese día pasó algo distinto.

Con el tapabocas puesto tuve una revelación. En mis años de viajera me había perdido de muchos ojos extranjeros por la amenaza para mi ego de sonar estúpida con mi acento o de no lograr reflejar en otro idioma las maravillas que puedo ser en mi lengua original. La sorpresa es que a nuestra mirada no le importa demostrar valor ni dominio. Es en el uso aprendido de cómo miramos y de cómo creemos que nos miran en donde está el vicio del juicio. Con el tapabocas puesto, ella y yo mujeres extranjeras tiramos abajo un muro que habíamos construído y del que quizás no teníamos consciencia. Nos miramos a los ojos por encima de nuestro origen. Por mi parte, sentí alivio pero también algo de verguenza. No sé con cuánta repetición uno es más la versión arrogante de la que quiere huir.

Frente a sus ojos y la ventanilla, a la vez vez muro y a la vez espejo, me vi siendo mi único vergudo, y también mi única libertadora. La única que puede arrancarse las posibilidades de dejarse habitar por el cambio o la única que puede tirar abajo ideas de otros y co-crear un universo excento de tantas suposiciones culturales.

Esa tarde, me gustó la intromisión de la vida dándome una lección de madurez. Asentarnos no es adaptarnos. Asertarnos a una nueva realidad, sea la que sea, implica honestidad para detectar los muros que levantamos para alejarnos y alejar a los otros en su paso.

Esa tarde, me gustaron nuestras miradas más fuertes que nuestras diferencias. Me gustó su frescura. Ella no se sobreactuó ni quizo ignorar mis posibles errores esquivándome la mirada. Me gustó nuestro mismo deseo de avivarnos el alma.

Me gusté real.

Y ser. Ser para no corregirnos. Ser para acompañarnos. Ser para olvidarnos de acentos y perfecciones. Ser para descolgar nuestras falsas caras.

Ser para amarnos.

Ella conoció mis ojos mestizos mientras a mi me fluyó magistralmente el lenguaje técnico.

Bastaba con mirarnos a los ojos para sentirnos familia.

DCGS

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