Marzo 2020. Makeda mi maestra de danza nunca sabrá que su clase puso en movimiento mi filosofía salvaje. El golpe ardiente de los tambores africanos es lo que le pasa a mi ADN cuando se funde de deseo. Makeda nunca sabrá que mi corazón jamás le ha temido a lo corpóreo y que en realidad nunca me ha dolido la alegría. Eso fue un invento que me impuso la cultura para alejarme de mis lugares más originales.
En la clase con Makeda el pá pá pá de un tambor es mi medicina. Parezco poseída de la cintura para abajo. Arrastro enérgica mis talones en un acto de descarga y limpieza. La danza me embadurna de cielo y tierra. Bailando grito ¡HÁ! trazando el kundalini por mi espalda a ritmo de tres tiempos.
Un baile así es contundencia y es síntesis. Tiene el sabor de una fruta exótica que se mastica lento.
Hay días en que suprimo mis ritmos de mujer, entonces yo vuelvo a sus clases frente al espejo. Hago shri-shri-shri-shri con mis pies dando golpecitos con el talón mientras meneo la cintura. Gracias a Makeda se que tengo un imán que enraiza mi pelvis al fuego de la Tierra y lo puedo activar cuando quiera.
Toco el piso con mis pies descalzos.
Soy un poco africana, soy un poco conjuro, soy un poco Makeda.