Alimento

Noviembre, 2016.

Si le preguntas a un inmigrante por las cosas que más extraña de su tierra, sin duda, te dirá la comida. Lo paradójico es que recién emprendemos el viaje el alimento pasa a un segundo lugar. Debemos adaptarnos a los horarios de trabajo y de comida, y a esto se le suman las estaciones y el estilo de vida. 

En Argentina, tuve una fascinación probando todo tipo de pastas, dulces, helados y panes los primeros meses viviendo allí; qué gastronómica tan deliciosa. Pero eso me duró el tiempo que dura el éxtasis del enamoramiento. Los domingos cuando salía del modo automático le ponía algo de consciencia a mi viaje. Con ella, venía la necesidad de la energía del maíz de mis antepasados, de la yuca y la papa criolla, es decir del alimento untado de tierra Colombiana. Entonces, me hice amiga de unos bolivianos en la verdulería y los lunes me traían del Mercado Central, cilantro, plátano verde y maracuyá. Gracias a ellos, descubrí cómo ajustar las recetas y llegaron a mi plato los zapallitos y la calabaza argentina!! mmm. Ese fue el regalo del Sur a mi dieta, alimentos cálidos y enraizadores con los que aprendí a amarme más. Ambos se quedaron en mi plato y me siguen conectando con ese «no se qué» de la primera tierra que me adoptó.

Algo similar experimenté en Estados Unidos. Un día para Thanksgiving (Día de Acción de Gracias) me fui hasta el grocery store y me paré al frente de esa cantidad de opciones de comida provenientes de estos lares. Por puro instinto me fui hasta las hortalizas y tubérculos. Los toqué con mis manos como tratando de conectar la necesidad de mi cuerpo con la medicina. Descubrí el sweet potato tan propio de esta celebración y un nuevo tipo de calabaza de sabor fuerte y más mantequilludo, diría mi mamá. El efecto de estos alimentos hasta hoy sigue siendo el mismo: sentirme una hija amada de la Tierra, porque me hacen bien.

¡Alrededor del alimento gira tanta nostalgia y alegría a la vez! Están la patria, la familia, los hábitos, las celebraciones, las memorias buenas y no tan buenas en la mesa, los inmigrantes que cosechan esa medicina y la traen al plato.

Está la consciencia de habitarme en el territorio más sagrado, que es mi cuerpo y todo lo que implica amarme y cuidarme.

Hoy vivo, ya no sobrevivo. Mi cuerpo, el alimento y las bondades de la Tierra son mi prioridad.

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